Las mutaciones
narra la vida del abogado clasemediero Ramón Martínez a partir de que comienza
a sentir el primer síntoma de un cáncer de lengua. La novela muestra un hábil
manejo del humor —mientras el humor puede estar presente— y un conocimiento profundo
de la ciencia y el tratamiento médico del cáncer. Alrededor del protagonista y
su enfermedad giran su familia (esposa, e hija e hijo adolescentes), la sirvienta
de la casa, el hermano, el oncólogo tratante, una psicoanalista (junto con un
joven hipocondriaco paciente suyo) y un loro. Lo dramático del caso se
presenta desde una perspectiva que incluye la cotidianidad trastocada de la
familia, llena de episodios absurdos pero realistas, cómicos pero tristes.
La descripción que se hace de Ramón en las primeras
páginas adelanta una familia medianamente bien estructurada, entre cuyos miembros —podemos intuir desde un inicio— no se establecerá ningún “gran”
conflicto:
Ramón se distinguía por su buen trato con los clientes, a
los que conquistaba con una equilibrada mezcla de lisonja e irreverencia. Por
lo demás no era hipócrita, ventajoso ni corrupto; operaba siempre en estricto
apego a las leyes que podían ser acatadas —los códigos locales y federales
estaban repletos de lagunas e inconsistencias que ni el más santo de los
juristas podría haber sorteado sin controversia.
Uno de los aciertos que mejor contribuyen a la buena factura
de esta novela es la mesura con la que trata a sus personajes. Su humor puede ser
en ocasiones corrosivo, pero no cae en lo fársico o caricaturesco. Los
personajes participan en situaciones chuscas, pero ninguno de ellos es tratado
como estereotipo, ni siquiera los que más se podrían prestar para eso: el coantagonista del cáncer, el hermano de Ramón,
empresario trácala y gandaya, o la fiel, agradecida y ocurrente
sirvienta. El autor también sabe cuándo dejar el humor a un lado, conforme la
novela llega a su fin.
El escritor domina el contrapunto, con el que enfrenta la
trama principal con el ruido circundante. Por ejemplo, usa un talk show que pasa por el televisor del
cuarto del hospital donde está el recién operado para contrastarlo con la
valoración que hace Ramón del mundo y con la interacción de la familia; usa una
misa y la correspondiente lectura del evangelio para acompañar las reflexiones
del oncólogo sobre el cáncer, la genética y la Medicina. Y sabe cómo llevar al
lector, en un instante, del drama a la vulgar y risible realidad, como cuando
Elodia, la sirvienta, narra a su patrón un caso de incesto, violación y parricidio —que
involucra a familiares cercanos—, relato que la mujer interrumpe así:
Y Fidelia, la pobre, quién sabe con qué se envició en el
reclusorio que un día ya no aguantó la sobredosis. Se murió la pobre en una
cárcel de San Luis Potosí. ¿Sí levanta sus pies tantito para que pueda trapear
por abajo? Ándele, gracias.
Las mutaciones, de
Jorge Comensal (Antílope, Ciudad de México, 2016), resulta entrañable porque nos
enfrenta con una calidez cruda a la realidad cercana, acechante, siempre posible, del
cáncer en una familia.